Con el presente artículo quiero generar un espacio de reflexión de los diferentes sentires y visiones que puede generar, eso de lo que hoy se escucha tanto: “la gestión del riesgo de desastres”.
¡Amor, está lloviendo! … ¡Corra al patio mija y entre la ropa que se moja!
¡Amor, está lloviendo! … ¡Se salvó la cosecha mija! ¡Bendito sea Mi Dios!
¡Amor, está lloviendo! … El piso está liso. ¡Mijo maneje despacio!
¡Amor, está lloviendo! … ¡Prenda la vela mijo para que se aplaque esta tormenta!
¡Amor, está lloviendo! … ¡Póngale cuidado mijo a la quebrada que se viene la borrasca!
¡Amor, está lloviendo! … Ay si mijo… ¡Pobrecita esa gente que vive en la calle!
¡Amor, está lloviendo! … ¡Agarre los niños mija que se nos vino el morro encima!
Misma situación, distintas percepciones, diferentes emociones.
¿Debería ser la gestión del riesgo de desastres, cuestión de percepciones? Definitivamente NO; pero desafortunadamente lo sigue siendo. Todavía hay quienes creen que los desastres son castigos divinos, que las calamidades solo les pasan a los demás; todavía se escuchan expresiones como “¿vio lo que les pasó? ¿Pero quién les dijo que pusieran ese rancho ahí?”
Estamos en una sociedad que se acostumbró a buscar a los responsables de lo que sucede, que juzga y que hace condena social. Pero buscar los responsables después que las desgracias pasan, ¿tiene algún sentido?
Deberíamos utilizar esa fuerza de cohesión social para identificar las amenazas que existen en nuestro entorno y actuar en forma propositiva, realizando actividades preventivas y reducir el riesgo de desastres; un compromiso social con la protección de la vida y de los bienes privados y públicos.
De un tiempo para acá, muchos pasamos de hablar de la “atención y prevención de desastres” a la “gestión del riesgo de desastres”, que es una responsabilidad de todos los habitantes del territorio colombiano; hay quienes infortunadamente no han evolucionado, siguen creyendo que otros son los que tienen que actuar, siguen esperando que las emergencias ocurran para ver qué es lo que los demás van a hacer y buscan las deficiencias de otros para poder juzgar.
La gestión del riesgo de desastres es un asunto tan complejo como lo queramos ver, con estudios científicos, alta tecnología a nivel global, estudios específicos en los territorios, pronósticos climáticos y demás formas de identificar y conocer las amenazas, son acciones necesarias para el conocimiento y es el deber ser; pero, por otra parte, se necesitan también la toma de conciencia y las acciones sencillas que hagamos en el cuidado de nuestro entorno, las acciones individuales y colectivas que pueden salvar vidas, como el cuidado del agua, de la tierra, del aire, de Nuestra Casa llamada “Planeta Tierra”.
Ahora, si bien debe existir compromiso por parte de los individuos y los colectivos de base comunitaria en el desarrollo de acciones sencillas para la prevención de desastres, es cierto también que existe gran responsabilidad por parte de quienes definen las políticas públicas de desarrollo, de los tomadores de decisiones en el sector empresarial y productivo, con la implementación de modelos económicos que se adoptan en los territorios, pues estos modelos no deben atentar contra la base que sustenta la vida en el planeta.
Es necesario que TODOS dejemos el aletargamiento en que estamos, que tomemos acciones y decisiones cuanto antes, para que los eventos que son parte de la dinámica natural del Planeta Tierra, como los sismos, las erupciones volcánicas, los fenómenos hidrometeorológicos y demás, no nos sigan impactando de la forma como lo están haciendo en la actualidad, no solo en Colombia, sino también, a nivel global.
En la medida que dejemos de convivir pasivamente con las amenazas, y tomemos acciones inmediatas y a futuro para prevenirlas o estar mejor preparados para el momento en que los fenómenos naturales se manifiesten, mejoraremos nuestro entorno convirtiendo nuestro hábitat en territorios seguros y sustentables, y de esta forma, comenzaremos a reducir la vulnerabilidad individual y colectiva, y a aumentar la resiliencia, es decir, la capacidad de adaptarnos a las nuevas condiciones.
¡Amor, ya escampó!...
Por: María Inés Cardona Franco
Colaboración: Juan Pablo Salcedo Tuirán