La Cruz Roja Colombiana continúa celebrando sus 100 años de labor voluntaria en el país, y se suma a la conmemoración del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria éste 19 de agosto, resaltando la increíble labor de los cerca de 23 mil voluntarios que lo dan todo por los colombianos que lo necesitan.
Entre terremotos, problemas de orden público, inundaciones, incendios y vendavales transcurrieron 30 años de la vida de Jesusita Tovar, enfermera de profesión y la primera Directora del Socorro Nacional de la Cruz Roja Colombiana. Una mujer consagrada al servicio voluntario hacía los demás y una enorme pasión por su profesión en cada anécdota, historia o experiencia de vida.
En medio de su voz pausada deja ver una enorme sonrisa que refleja, sin duda, las altas dosis de riesgo y peligro que enfrentó a lo largo de su camino en los desastres más emblemáticos del país. “Me casé con la Cruz Roja, por eso no le temía a nada, en ese tiempo nadie media los riesgos que se enfrentaban en cada situación de emergencia, lo más importante era prestar la atención”.
Entre sus grandes hazañas, Jesusita destaca: “Recuerdo cuando fuimos a San Juanito (Huila), población que había sido incendiada por los bandoleros. Se llegaba por una trocha estrechísima a caballo, a mí me tocó uno pequeñito y viejo que no caminaba. Mis compañeros me tomaron ventaja y de repente vi a un señor vestido de negro en un caballo bellísimo, se me acercó y me preguntó por qué viajaba sola. Aunque me pareció extraño, pues nadie se atrevía a transitar por esta zona peligrosa, no me dio miedo. Le expliqué para dónde iba y de paso le pregunté: ¿Sabe quién quemó ese pueblo? ¡Nosotros!, me dijo enfáticamente. Sentí gusto de conocerlo y allí le solté la otra pregunta: ¿Usted es un bandolero? “Sí, soy el jefe” respondió. Nos despedimos y quedamos de vernos en San Juanito. Sólo después fui consciente del peligro que había corrido”.
“Lo que más me impresionó y más recuerdo de mi actuación en 1958 en el Huila, Tolima y Santander, zonas que vivían la violencia. Aún veo a los campesinos claramente huyendo, dejando sus parcelas con sus hijos a la espalda y el hambre asechando. El caos y el horror se pintaban en los rostros de la gente. Quedaron muchas madres abandonadas y niños huérfanos, algunos murieron de hambre y los demás sufrían una desnutrición en último grado”.
El poder de la Acción Humanitaria
Además de un buen estado físico, pues no todas las regiones del país son de fácil acceso, y unos nervios bien templados, la gente que ha trabajado en el Socorro Nacional debe tener ingenio e iniciativa para poder sortear dificultades de todo tipo. Es el caso de Jesusita Tovar quien logró participar en cientos de hechos que escribieron la historia de todo un país.
Daniel Martínez fue el compañero más cercano de Jesusita en la mayoría de los siniestros. “Este es una trabajo en el que no hay diferencia entre hombres y mujeres. Todo el mundo ha hecho lo mismo y arriesga la vida de la misma manera” destaca Jesusita.
Y agrega que, “aquí el machismo no existe. Solamente el compañerismo y la unión entre todos. En las inundaciones del Magdalena, yo era la única mujer y los hombres me construyeron en un planchón un santuario con una carpa y un vigilante. Son cosas que uno hace por cualquier compañero independientemente de su sexo”.
En su lucha por la vida ajena y la propia era imposible desfallecer física y psicológicamente. “Recuerdo en Simití que después de dormir tres noches sola en la canoa, encontramos una familia con 5 niños agonizando. Creímos que no durarían más de una hora. Los subimos a la embarcación y con goteros les fuimos suministrando suero, cuando llegamos al hospital de Magangué al amanecer los niños se habían salvado”.
“Cuando se accidentó un avión en el cerro de Bogotá subimos por cables. El espectáculo que encontramos allí era espeluznante: todos los cuerpos dispersos, neblina, olor a carne humana, curiosos, ladrones. Tuvimos que amarrar los cadáveres totalmente destrozados a las camillas y bajarlos por los mismos cables por donde habíamos subido. Luego de tratar de identificarlos, lo cual era dificilísimo, los empacamos en bolsas de plástico para entregarlos. Un trabajo en realidad difícil y doloroso que alguien debía hacerlo”.
Jesusita ha dedicado su vida por completo a su trabajo. Tuvo que estar disponible a toda hora, en cualquier momento y lugar del país o el mundo. “Recuerdo una noche de diciembre. Teníamos un baile en la Cruz Roja y yo estaba muy ilusionada, había un muchacho que me gustaba mucho y pensaba en conquistarlo esa noche. Mandé a hacer un vestido largo muy bonito y me arreglé bien. Las cosas iban perfectamente pero a la 1:00 a.m. se recibió un comunicado del aeropuerto El Dorado que informaba sobre un accidente aéreo. Yo no pensé, salí corriendo, cogí mi maletín y una ambulancia y me trasladé al aeropuerto en vestido largo sin abrigo. Allí estuvimos hasta el amanecer rescatando a los cadáveres en medio de la oscuridad y con el lodo a la cintura”.
Las acciones de Jesusita se extienden al campo internacional. Hasta Nicaragua y Guatemala llegó después de los terremotos que conmovieron a estos dos países. Ayudó a remover escombros, dictó cursos de primeros auxilios y planificación familiar y prestó servicios de enfermería. En medio de la incomodidad, el caos y la sicosis porque “eso parecía una gelatina, temblaba continuamente”.
Hoy Jesusita Tovar supera los ochenta años de edad, y aunque los años han pasado con velocidad, recuerda como si fuera ayer cada episodio en el que tuvo la oportunidad de participar, y ayudar a escribir la historia de la Cruz Roja Colombiana y la del país, a lo largo de estos 100 años de servicio voluntario.